lunes, 18 de junio de 2012

Efecto Mandarina marca el ritmo de la noche

La mayoría de las bandas de música bolivianas jóvenes de las últimas décadas, las que más se dieron a conocer, por lo general, tuvieron una fuerte tendencia rockera. Y desde el rock, Bolivia nunca dejó de mirar a la Argentina. Pero también la música tropical se ha apoderado de los Andes. Estilos como el jazz, por el contrario, han estado más bien relegados a pequeños círculos de aficionados, amantes de este tipo de música.

Pero los tiempos han cambiado. Una banda de jóvenes que desde hace meses está sonando en toda Bolivia es Efecto Mandarina. Sus integrantes son: Vero Pérez, Bladimir Morales, Diego Ballón y Eddie Chuquimia. Y los cuatro están haciendo furor. Fusionan el jazz con la electrónica y están muy lejos de ser las típicas estrellas de rock que con cuatro acordes rítmicos y repetitivos inflaman a las masas. Su música es elaborada y fresca a la vez; conmueve y divierte a un tiempo. La edad de sus seguidores fluctúa entre los ocho y los 78 años.

La banda como tal existe desde 2008 y de la conformación inicial, en la que estuvieron Boris Vásquez, Rodolfo Alcázar y Mateo Sánchez, entre otros, sólo queda Bladimir Morales, uno de los fundadores. Después vinieron Eddie, Vero y Diego. Bladimir siempre quiso ponerle un nombre de fruta a su banda. Rodolfo Alcázar le sugirió “efecto” para darle un toque más electrónico. Por eso la banda se llama Efecto Mandarina.

Conformación actual

Diego Ballón es un profesional de larga trayectoria como intérprete del piano. A lo largo de su carrera ha tocado con personalidades de la música boliviana y en la actualidad es profesor del Conservatorio Nacional de Música.

“Una vez, creo, falló un músico en Efecto Mandarina y me llamaron. Fui y me volvieron a llamar para otras ‘tocadas’ y así me fui quedando en el grupo”, dice con sencillez. Tiene 23 años. Formalmente empezó a tocar a los ocho años, pero su vida en la música se inició el día en que nació. Su padre le regaló si primer piano electrónico, una clavinova, en 2004.

“Yo aluciné, que me regalaran un piano electrónico fue como si me regalaran un BMW”, recuerda emocionado y afirma que ha sido bendecido con el total apoyo que le brindan su padres y toda su familia. Diego se ha dedicado por entero al estudio de la música. Cuando aún era un adolescente llegó a tocar junto a profesionales mayores que él. “Antes de empezar a trabajar estudiaba mucho”, dice, “pero nada clásico, nada de estar haciendo mis tareas, tocaba lo que yo quería”. Hoy, además de los ensayos con Efecto Mandarina, Diego practica para sí mismo cuando sus alumnos del Conservatorio faltan a clases o cuando llegan tarde. En una oportunidad, una de sus alumnas, que había escuchado sus prácticas, le pidió que en su clase, en lugar de enseñarle, sólo la dejara escucharlo. Ese tipo de experiencias le entusiasman y le motivan a seguir en lo suyo con aún mayor empeño.

Bladimir Morales, de 31 años, toca el bajo y el contrabajo. En su niñez y adolescencia le gustaba bailar. Le encantaba el rap, pero un día le dieron ganas de componer música. Aprendió a tocar el bajo a los 19 años. Se inició en la música folklórica. Tocó con Manuel Monroy Chazarreta, el famoso “Papirri”, en el disco Cara Conocida. Fue integrante de Guapachá, Llegas, K’ala Marka y de bandas de jazz como la Big Band Bolivia; tocó con Donato Espinoza y Carlos Ponce, entre otros. En el jazz ha encontrado el único estilo que le da la libertad de expresar sus sentimientos y emociones mediante un instrumento. “No es tan cerrado como los otros estilos, como la cumbia, como el rock, que mantienen una misma secuencia cada vez y que se vuelve a repetir. En el jazz nunca se toca lo mismo; la segunda vez es siempre diferente y la tercera es otra cosa. El jazz es también donde más se puede ‘solear’ (interpretar solos)”, sostiene.

En la familia de Vero Pérez todos cantan desde siempre y “todos se hacen a los que tocan algún instrumento”, dice con sorna esta chica de ojos grandes y con el pelo oscuro, lleno de rulos, que le llega casi hasta la cintura. Vero es la cantante del grupo. “Siempre he cantado, desde chiquita. Cuando entré en la universidad ya había tenido algunos proyectos de hacer un tributo a Pink Floyd con mis cuates del curso. En la universidad conocí a un DJ que se llama Marcelo Guerrero y con él hacíamos música electrónica y tocábamos de vez en cuando. Un día me dijo que una banda de jazz lo había invitado a hacer fusión, era una banda de jazz electrónico. Fuimos juntos y tocamos en el Café Café. Desde ese día seguimos tocando. Marcelo Guerrero se fue a Cochabamba y yo ya me quedé con el grupo”, cuenta, encogiéndose de hombros.

Vero, de 24 años, pasó por distintos coros en su niñez y adolescencia, como el coro Calenda de la Coral Nova o el Coro de la Universidad Católica, dirigido por el maestro Ramiro Soriano. Canta todo lo que puede, todo tipo de canciones y ritmos. Pero lo que más le gusta es cantar en Efecto Mandarina.

“Tienes la libertad de experimentar, de improvisar y, si te nace una cosa, escuchas lo que está haciendo el otro músico y le respondes. Nosotros ensayamos los temas, le damos una estructura, pero en el momento nace algo diferente, ya sea en los solos o en la estructura, y hacemos algo distinto, pero siempre sobre una base”, afirma. Quien escucha cantar a Vero Pérez no se imagina que esa voz es de una chica de 24 años.

Cuando era adolescente, a Eddie Chuquimia unos amigos lo animaron a tocar la batería en una iglesia. Aceptó como se dice sí a participar en un juego, sólo por el placer de hacerlo. Ese día descubrió que la música era una de sus pasiones. Tenía 17 años. A los 20 decidió dedicarse por completo a la música.

En el Festijazz 2011

Cuando decidieron participar en el Festijazz del 2011 ya sabían que no querían ser “un grupo más” de jazz. “¿Por qué al Festijazz llegan bandas y todos dicen: ‘¡Qué capos los brasileños, los gauchos’, y nunca nadie dice : ‘¡Qué buena la banda boliviana!’”, se pregunta Vero. “Queríamos producir algo lindo, algo de lo que se acuerde la gente. Decidimos hacer visuales, preparamos un show especial, elegimos canciones bien pensadas y dijimos: ‘Vamos a presentar esto y a ver qué pasa’”.

La presentación en el Festijazz fue un éxito. Se sorprendieron cuando vendieron 150 CD y cuando la gente les pedía que autografiaran sus discos.

Desde entonces han tocado en diferentes espectáculos en distintas ciudades de Bolivia, la gente los conoce, cada vez son más populares, al público le gusta escucharlos. Ellos aún están sorprendidos, no es corriente que una banda de jazz tenga la popularidad que ellos tienen ahora. Apenas terminan de dar un concierto, cuando aparecen más invitaciones. Hoy, ya tienen varias fechas programadas para tocar en las próximas semanas y meses.

“Es increíble, porque con una banda de jazz no pasa eso. Es rico que ya tengas programados los próximos dos o tres meses, ya tienes que organizarte, hacer tu cronograma, programar los ensayos”, dice Diego.

¡Yo soy el ogro!

Bladimir Morales afirma que han logrado un estilo propio y que esto se debe también a la personalidad de cada uno, que engrana y funciona con las de los demás. ¿Cómo son las personalidades de cada uno?, pregunta Miradas. “Yo soy el ogro”, sostiene Diego Ballón, con firmeza. “¡No! -interviene Vero Pérez-. El ogro soy yo' ¿O quién es el ogro, Bladimir?”, pregunta ella con una pizca de actitud desafiante.

“Yo hago los arreglos. A veces traigo unos arreglos y por ahí alguien dice: ‘¡No! Que sea diferente’. Y yo digo: ‘No, no, no. Tiene que ser así’. Pero eso era antes, ahora la cosa es más flexible. Ahora, tímidamente pregunto: ‘¿Está bien, chicos? ¿Sí? ¿Ustedes creen?’”, comenta Diego con ironía. “Yo quiero que las cosas salgan mucho mejor”, añade.

Bladimir Morales afirma poseer un carácter pacífico y tranquilo y comenta que Eddie Chuquimia es “el más reventadín del grupo, en el buen sentido”.

“El Eddie Chuquimia le da el ñeq’e, le da el toque, le pone la onda”, dice Diego, divertido. “Es la alegría del grupo”, afirma Vero. “Quiere que la gente esté emocionada siempre y nosotros somos más pasivos y esperamos que el público se entregue por la música que estamos tocando, pero Eddie es el que quiere animar al público y hacer que todos la pasen bien”. “Es nuestro cheer leader”, agrega Bladimir.

Pero aunque Eddie sea el más fiestero de Efecto Mandarina, Bladimir sea el fundador del grupo y tanto Vero como Diego codicien el papel del ogro, éste es un grupo sin líderes. “Todos somos iguales; la cosa es mostrar al mundo que cuatro bolivianos podemos fusionar nuestras emociones y nuestro sentimiento, hacer buena música y hacer que la gente pueda disfrutar de la música y del jazz”, afirma Bladimir.

Creación colectiva
La producción de Efecto Mandarina es una creación colectiva. Componen los temas juntos. Alguien llega con una idea y los demás empiezan a darle forma. Vero suele componer la letra, pero todos participan.

Al ser el jazz un género que se abre a la improvisación, ningún concierto es igual a otro. “Nos gusta generar ese suspenso, que nadie pueda decir: ‘Ah no, si yo ya los he visto’, sino que diga: ‘A ver qué van a hacer ahora’”, afirma Diego.

El hecho de que todos provengan de ámbitos distintos y experiencias diversas, en lo que se refiere a la música, hace que se complementen también a la hora de crear. El que Eddie toque además en otros grupos hace que, por ejemplo, pese a ser una banda de jazz fusión, haya compuesto un tema que tenga un ritmo parecido al del caporal. En realidad, quería componer un tema que sonara distinto, pero el “swing” que trae consigo lo llevó a una composición con acentos del ritmo del caporal.

Después del éxito que tuvieron en el Festijazz resolvieron tomar las cosas muy en serio. Si no hay un concierto cerca, ensayan una vez a la semana y, si hay otro en puertas, muchas veces más. Vero es quien se ocupa de convocar a los ensayos, de insistir en la puntualidad y de coordinar otros asuntos, como las entrevistas.

Cuando se les pregunta por las bandas o los músicos que más les gustan, no se refieren a músicos extranjeros a quienes tratan de emular, sino a gente de su propio medio. “Danilo Rojas, quien se ha mantenido por muchos años, pero más que hacer cóvers hizo sus propias canciones y también los arreglos de las canciones de su papá, Gilberto Rojas. Es un referente nuestro y para todos los grupos de jazz que hay”, dice Bladimir.

“Para mí, el Parafonista, por la linda fusión con folklore que hacen; es bien diferente, elegante, aunque creo que a ellos no les gusta que se los catalogue como jazz”, dice Vero.

“Creo que el mejor trío boliviano que hay es Tres de paso, son cruceños, hacen composiciones supercomplicadas, es un trabajo en trío impecable. Para mí, ellos están en otro nivel”, agrega.

“También hay una banda nueva que es de puro changuitos y creo que va a ser una revelación, es Jazz Duett, son puros changuitos. Creo que no pasan de los 17 años; he escuchado sus grabaciones, porque ellos aún no se han lanzado mucho, pero es una linda propuesta”, comenta Vero Pérez.

La banda de jazz quiere llegar al extranjero. Han enviado los dos discos que grabaron a varios productores y tienen buenos contactos con Colombia, Argentina, Costa Rica y España. Creen que una banda como la suya sí puede trascender fronteras. Pero mientras tanto ellos seguirán tocando, ensayando y creando. Ya se preparan para el Festijazz de este año, en el cual buscarán sorprender una vez más.


El jazz no es sólo para viejos ni elitistas, es música para gente de todo tipo y de todas las edades, dice Vero.

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