viernes, 8 de marzo de 2013

Violeta Parra,enamorada en La Paz

Violeta Parra vigila, desde la esquina formada por la monumental iglesia barroca-mestiza de San Francisco y la tradicional calle Sagárnaga, la puerta de ingreso de la casona de la peña Naira.

Saca a momentos, discretamente, la cabeza de cabellera descuidada, greñuda, entrecana, para ver si traspone aquel portal el músico y antropólogo suizo Gilbert Favre, apodado por ella Run Run o Chinito, quien sin embargo ha inspirado canciones tan desgarradoras como Corazón Maldito: “Pero a ti te ocultan/ duras paredes, sí,/ duras paredes,/ y mi sangre oprimes/ entre tus redes, sí,/ entre tus redes./ ¿Por qué no cedes?”. La también creadora de Maldigo del alto cielo, Gavilán y Qué he sacado con quererte -otras tres composiciones atormentadas de desamor- busca que Run Run vuelva con ella a Santiago, pero él no cede.

El también conocido como Gringo bandolero había llegado a La Paz unos meses atrás en el momento preciso, pues la galería Naira, fundada el 21 de enero de 1965 por dos entusiastas del arte, Luis Pepe Ballón y Jorge Carrasco Núñez del Prado, precisaba un golpe de timón para salir de una angustiante situación económica.

“Fue entonces cuando llegó el Gringo Favre, a comienzos de 1966. Encontró a Pepe Ballón, quien al parecer lo estaba esperando como si fuera su ángel de la guarda, porque Pepe Ballón todavía no sabía cómo agarrar lo del folklore, pero llegó el Gringo y cayó como anillo al dedo”, cuenta Leny Ballón, la hija de Pepe, quien también participó en la fundación de la galería.

El Chinito, entonces de 30 años, se había extraviado en el desierto de Atacama, tras abandonar una misión arqueológica y antropológica por discrepancias con el jefe; unos buenos samaritanos lo encontraron delirando, insolado y deshidratado, pero ahora, ya recuperado, aunque con una prematura calvicie como resultado de su exposición al inclemente sol del desierto salino donde nunca llueve, estaba en La Paz y dispuesto a impulsar la peña Naira. Violeta Parra cuenta una parte de esta curiosa historia en la canción Run Run se fue pa’l norte.

Nacido en Suiza, Run Run había estudiado flauta dulce en París, donde también conoció la quena andina, que tocaba, recuerda el músico Josecito Mendoza, quien vivió de niño en el conventillo de la peña Naira, “con toda el alma: él y su quena eran una sola cosa”. Si hoy Josecito es un conocido folklorista boliviano en Europa es por influencia de los músicos que lo impresionaron para siempre en la peña Naira.

Pero, ¿qué era exactamente una “peña folklórica”? El quenista helvético definió que era un lugar donde se escuchaba música folklórica, lo cual le pareció un gran acierto pero a la vez un gran reto a Ballón, quien era gráfico de profesión, además de ajedrecista y hombre de izquierda, ya que ni siquiera la cueca se bailaba abiertamente en las casas que se preciaban de ser “decentes” por tratarse de un ritmo lúbrico sólo “para cholos e indios. Tampoco se aceptaba la quena o la zampoña”, explica Lenny Ballón.

El know-how del músico suizo le valió ser nombrado director artístico del flamante establecimiento; hasta había reunido un primer grupo de artistas que ejecutaría un repertorio ya elegido de cuecas, huayños y kaluyos en la noche del debut de la peña Naira.

En la biografía Violeta se fue al cielo, escrita por su hijo Ángel Parra, y en la cual se basa la galardonada película homónima de Andrés Wood, estrenada en agosto de 2011, se deja entrever que aquello era precisamente lo que buscaba Gilbert Favre: un espacio propio en el que pudiera desarrollarse como artista -lo de director artístico de Naira elevó su autoestima- y ya no sólo como aquel que hacía los “marcos de las pinturas de Violeta”. En las alturas de La Paz, paradójicamente, encontró el oxígeno que precisaba para no asfixiarse bajo la sombra de la gigantesca Violeta chilensis, ya en ese entonces un árbol muy frondoso.

Brillante

Pero Violeta evolucionó de Maleza (mala hierba) -como la llamaban sus compañeros de colegio, cuando era niña- hasta convertirse en un álamo de raíces profundas. Hija de un profesor de música que cayó por la pendiente del alcoholismo, y que se llamaba Nicanor Parra -como el hermano de la cantautora, el laureado antipoeta-, y de una campesina guitarrera, Clarisa Sandóval, desde pequeña se ganó la vida cantando, en compañía de su hermana Hilda, en las calles, en las fondas y hasta en los prostíbulos. Posteriormente vivía de los magros ingresos de un espectáculo trashumante, parecido a un circo, en el que ella, Hilda y los hijos de ambas actuaban para el público.

Su natural inclinación por la música la llevó a recopilar, hasta en los rincones más recónditos de su país, desde los cánticos de los huasos dedicados a los bebés muertos hasta las tonadas mapuches y decenas de donosas cuecas; estableció los fundamentos del folklore transandino.

La viruela había dejado marcas en su rostro de india y cuando la conoció el Gringo Favre, quien trabajaba en Chile como asistente del antropólogo suizo Jean-Christian Spahni, era ya una mujer madura, de largo y descuidado cabello entrecano, sobreviviente a dos matrimonios con sendos divorcios que le habían dejado cuatro hijos, aunque la menor, Rosita Clara, la bebé, había muerto durante una estadía de Violeta en Europa, a mediados de los 50.

Cuando llegó a La Paz a principios de noviembre de 1966, en busca de Run Run, ya era una artista consagrada de 48 años, pues no sólo componía, sino que pintaba y creaba esculturas y obras en arpillera, que ella denominaba bordados; fue la primera latinoamericana en exponer sus creaciones en el pabellón Marsan del Museo del Louvre, en París (“Violeta comenzó donde terminó Da Vinci”, se decía). Unos meses atrás había establecido la carpa La Reina, una peña de su propiedad, en las afueras de Santiago.

“Era una carpa más pequeña que la de un circo. Tenía un escenario y había también un fogón, en el que se preparaba ambrosía -una mezcla de vino tinto y agua con canela- para los asistentes que quisieran tomar algo”, cuenta Lenny Ballón, quien conoció la peña de la compositora chilena.

Apenas unos meses antes, el 13 de marzo de 1966, Pepe Ballón y el Chinito habían obtenido un rotundo éxito en el debut de la peña Naira. En el reducido local, para no más de 50 personas cómodamente sentadas, ingresaban, aunque apretados como sardinas, al menos 150 espectadores; algunos sólo asistían para comprobar si era cierto que un gringo, con estudios de flauta dulce en París, tocaba la quena de los indios con toda el alma. “El hecho de que un extranjero tocara la quena fue la causa para que se fuera aceptando nuestro folklore”, dijo Pepe Ballón en una entrevista al periodista Germán Arauz.

Además del grupo Los Jairas, compuesto por Gilbert Favre, Julio Godoy, Ernesto Cavour y Yayo Joffré, en la peña se fundó el conjunto El Trío, conformado por Favre, Cavour y el guitarrista tupiceño Alfredo Domínguez. Por la tarima del local desfilaron Los Caminantes, Los Montoneros de Méndez -el grupo dirigido por el profesor Nilo Soruco- y Los Caballeros del Folklore, entre otros conjuntos musicales de renombre.

El director artístico no sólo tenía éxito sobre el escenario, sino también en su reconstruida vida sentimental, puesto que era popular entre todos los estratos del sexo femenino. “Era muy cotizado. Todas le habían echado el ojo al popular Gringo, desde las señoritas ‘bien’ hasta las cholitas, porque era un hombre simpático, aunque, claro, un tanto descuidado, un poco calvo y con una chalina al cuello que no se sacaba ni para dormir: no era un hombre elegante sino un bohemio. En suma, un hombre atractivo”, rememora Lenny Ballón.

Le fascinaban, por ejemplo, los sándwiches de sardina o de atún que vendían las caseritas de las inmediaciones de las calles Sagárnaga y Murillo. Además, el Gringo bebía vino y era un fumador empedernido. Las fiestas, en especial las populares, como los prestes, entre otras, eran su debilidad, por lo que se había ganado no sin méritos el apodo de Gringo bandolero.

La relación amorosa de Violeta Parra y Gilbert Favre se había deteriorado en Santiago, debido a la absorbente personalidad de la cantautora; el Gringo, pese a que la amaba entrañablemente, según Lenny Ballón, no deseaba un compromiso que lo amarrara de por vida, “que lo tuviera como encerrado en una jaula” (o en una carpa).

“Gilbert era una persona amada por todos, era amigo de todos, porque incluso tenía como amigos a los cargadores (aparapitas), era un hombre amplio, porque trataba amablemente a cualquiera, sin discriminación de clases sociales”, cuenta el folklorista Josecito Mendoza.

El reencuentro

Una mujer de aspecto no tan agradable, desaliñada, avanzó con maleta en mano desde la iglesia San Francisco y tocó, a principios de noviembre de 1966, la puerta de la peña Naira y Pepe Ballón, quien era la mar de cortés, le pidió que pasara y tomara asiento. “Vengo a buscar a Gilbert Favre”, disparó la mujer petisa, pero Pepito Ballón le informó que el director artístico había salido hacía apenas unos instantes. Tras unos minutos de conversación, el socio de Run Run advirtió que la petisa era una persona de gran sensibilidad, muy inteligente. “Soy Violeta Parra”, dijo ella.

“En ese tiempo no era tan famosa como ahora”, dice Lenny Ballón, aunque Gilbert Favre frecuentemente, y con mucho afecto, hablaba de “su Violeta”, a quien identificaba como una gran compositora, cantante y artista chilena. Emocionado, Pepito Ballón la abrazó y le dio la bienvenida a la vieja casona de La Paz con un beso en la mejilla.

Pero la reacción del Gringo Favre, cuando la vio, fue radicalmente distinta. Estaba desconcertado porque ni siquiera llegó a imaginar que algún día Violeta empacaría unas cuantas cosas y llegaría a La Paz a buscarlo; había dejado la carpa La Reina al cuidado de sus hijos y de Alberto Zapicán, un joven músico uruguayo que tocaba el bombo y que estaba perdidamente enamorado de ella; el quenista suizo, al dejarla, estaba convencido de que la compositora olvidaría la maltrecha relación que los había unido y que comenzaría de nuevo. Pero no. Violeta había traspuesto la cordillera en busca del amor de su vida.

La compositora de Volver a los 17 había llegado en el tren de Arica a la ahora inexistente estación ferroviaria de La Paz. Su arribo sepultó abruptamente la vida galante y de picaflor del popular Gringo Favre, porque, pese a las incomodidades, se hospedó en el estrecho depósito del segundo patio de la casona que se había convertido en el improvisado dormitorio-camarote del folklorista helvético. La cosa se puso cuesta arriba para el aclamado director artístico, incluso más empinada que la calle Santa Cruz, porque si Violeta no se fue a un hotel o a un alojamiento y se quedó en la estrecha “alcoba” del quenista extranjero, quería decir que tenía la firme intención de convencerlo de la necesidad de retornar juntos a Santiago, no sólo para impulsar La Reina, sino también para una relación que, desde la percepción de la célebre cantautora, merecía otra oportunidad, pero que Favre creía que había fracasado.

“La señora llegó de sorpresa. Tenía un carácter bastante fuerte, pero a momentos estaba de buen humor, aunque a los pocos minutos se la veía renegar. Y era una mujer muy celosa, tal vez porque el Gringo Favre era un hombre simpático y tocaba muy bien la quena”, dice Josecito Mendoza.

“Parecía una brujita: tenía los cabellos largos, era gordita, petisa y no muy aseada que digamos. Pero era una mujer muy agradable”, rememora Lenny Ballón. Tocaba también el charango -además del cuatro venezolano y la guitarra- y participó con éxito, durante su estadía en La Paz, en las peñas de los viernes y sábados, porque la poesía de sus canciones agradaba al público; cuando tocaban Los Jairas sólo se concentraba en la quena del Gringo Favre.

“Tengo varios dibujos que hizo para mí. ‘Ahora tienen sus dibujitos, váyanse’, nos decía a mí y a los otros niños, para quedarse a solas con Gilbert”, cuenta Josecito Mendoza, con una sonrisa de picardía en el rostro.

La partida

Violeta Parra no perdía el tiempo: tenía unos marcadores con los que pintaba sobre los cartones del depósito; también garabateaba sobre ellos sus composiciones. Presentó en la galería Naira una exposición de sus pinturas, dibujos y arpilleras.

Lenny Ballón y Josecito Mendoza creen que la canción Gracias a la vida de Violeta, que indudablemente se refiere también a la contrariada relación con Favre -un verso señala “cuando miro el fondo de tus ojos claros”-, fue escrita en la casona de la calle Sagárnaga, por aquella referencia a sus pies cansados, “'y la casa tuya, tu calle y tu patio”.

Pero Favre nunca cedió, porque creía que la relación se había ido a pique ya hace mucho.

Violeta Parra retornó a fines de noviembre de 1966 a Santiago, sin Favre, pero no se dio por vencida y regresó por segunda vez a La Paz, afirma Lenny Ballón, en diciembre de ese mismo año, pero el resultado fue similar al de la primera vez: el Gringo mantuvo su posición indeclinable de volar por su cuenta.

Lenny Ballón dice que la visitó, tras el primer intento fallido, en la capital transandina, en La Reina, donde Violeta, acompañada por el bombo de Alberto Zapicán, cantó para ella sus mejores canciones. “Era una mujer extraordinaria, pero al mismo tiempo un tanto amargada, triste, porque aspiraba a llegar a más público en La Reina, pero no lo logró en vida”, evoca.

El 5 de febrero de 1967, Violeta se suicidó en Santiago, en la pequeña carpa vecina a La Reina que usaba como dormitorio. Puede haber muchas causas para una decisión tan radical, pero lo cierto es que Violeta nunca logró recomponer la relación con Favre y, como se advierte en Violeta se fue a los cielos, tampoco La Reina obtuvo el éxito que ella esperaba.

En La Paz, la infausta noticia conmocionó al Gringo Favre, quien se encerró largos días en el depósito-dormitorio. “Creo que él la amaba, la admiraba y la respetaba, pero al mismo tiempo quería trazar su propio camino y tal vez sentía que Violeta, al ser muy posesiva, lo iba a asfixiar, es decir que no tendría la suficiente libertad”, reflexiona Lenny Ballón.

La despedida

A los pocos meses del suicidio de Violeta Parra, el folklorista suizo se casó con la boliviana Indiana Reque Terán, la ex novia de un periodista uruguayo que había cubierto la guerrilla del Che Guevara en Ñancahuazú, en el sudeste del país. Se efectuó una doble ceremonia en la peña Naira, puesto que ese día también se casaron el guitarrista tupiceño Alfredo Domínguez y Gladys Cortez.

El primero de los dos hijos varones del matrimonio Favre-Reque Terán nació en la casona de la calle Sagárnaga, pero después la familia se fue a París, donde el quenista suizo, tras una ruptura con Los Jairas, creó el grupo folklórico Los Gringos.

Sin embargo, se divorció de Indiana y se casó con una periodista estadounidense, Bárbara Erskine, quien lo acompañó en los momentos más difíciles de su vida, ya que debido a una enfermedad pulmonar -no renunció nunca al vino ni al tabaco- se le prescribió que, en lo posible, no tocara la quena.

Run Run murió el 12 de diciembre de 1998 en un pueblito vecino a Ginebra, donde abundan los viñedos y las bodegas. Los Gringos y el folklorista Josecito Mendoza lo despidieron, como se debía, con composiciones de Los Jairas y todos se excedieron con las copas de vino, acaso por la emoción de zapatear cuecas bolivianas a la voz de “¡Aura!, como le hubiera gustado al Chinito.



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