jueves, 17 de octubre de 2013

La vitrina del indie rock

Lejos de la maquinaria de la industria musical contemporánea, se ha impuesto un movimiento de artistas que decidió producir por su cuenta para conquistar cada peldaño del éxito sólo con la fuerza de su propio trabajo y talento. Es así que el indie rock, indie pop, indie electrónico o indie hip hop colindan en uno de los festivales más representativos de esta corriente en el mundo: el Berlín Festival.

Durante dos días, este evento tiene su base en el aeropuerto Tempelhof de la capital alemana, el que en su momento fue el más grande de Europa. Posee una arquitectura única, teniendo en cuenta que fue la base estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad se utilizan sus gigantes hangares, así como la pista, para diversas actividades culturales y de ocio.

Son aproximadamente 500 las bandas que han pasado por el Berlín Festival hasta la fecha desde su primera versión, allá en 2005.

La música indie es una expresión rebelde e indiferente a las grandes compañías discográficas que ha decidido crear desde hace décadas un circuito independiente y que quizá por ello tenga un efecto distinto a otras manifestaciones. Este híbrido de géneros, presentado armónicamente en el imponente Tempelhof como en 30 clubs de la ciudad, convocó a 25.000 espectadores en la presente versión, que pasean el aeropuerto de hangar a hangar, dependiendo de la banda que deseen apreciar, o simplemente en parejas que se recuestan en el aún tibio asfalto que despide el verano de la Europa Occidental.

La versión 2013 se coronó con la presencia del dúo de synth pop inglés Pet Shop Boys, los rockeros británicos de Blur, la islandesa Björk —quien cerraba su gira Biophilia-Tour—, la cantante y compositora Ellie Goulding, la artista de ascendencia tamil cingalesa (Sri Lanka) M.I.A. y los suecos The Sounds, considerados como los nuevos Blondie. Estas bandas hacen de su música un puente entre intensas melodías y, en muchos casos, poesía o texto social.

El resto es fiesta, áreas creativas para instalaciones e incluso una discoteca silenciosa, un lugar donde todos llevan auriculares y escuchan la música sin molestar a los demás. Así es la subcultura de la melodía o la plenitud de lo menos comercial, hecha júbilo.


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