miércoles, 5 de abril de 2017

Concierto ritual de Piraí Vaca



S i pensamos que solo la técnica y el virtuosismo define a un artista, el nombre de Piraí Vaca ya está escrito hace mucho entre los grandes exponentes de la guitarra. Sin embargo, él ofrece mucho más: entrega una mística auténtica, una conexión de índole espiritual y un contacto profundo que cautiva al público.

Captar ese momento único, intangible, y plasmarlo en un video fue el objetivo de los conciertos ofrecidos el martes 21 y miércoles 22 en el Gran Salón del Hotel Casa Grande: allí el artista cruceño grabó el nuevo DVD en vivo: El ángel de la lluvia.

Es un ritual. No solo para el artista —que antes de ingresar se concentra en la toma de consciencia de ese único presente, tras su dedicación en intensos ensayos— sino para el público citado en el salón, que estuvo desde antes de las 20.00, se citaba a las 20.30, en busca de un buen lugar para apreciar el espectáculo.

El repertorio elegido fue efectivo: si bien había exigencia técnica suficiente para sorprender a un conocedor, la selección era muy amable al oído; llegaba sin problemas a otra audiencia quizá menos conocedora, pero igual de apasionada.

Las recomendaciones antes del concierto, en una grabación hecha por el propio Vaca, dieron el tono de este encuentro: elegante y preciso, sí; pero también muy familiar.

La velada comenzó con una selección de obras de compositores españoles: Rumores de la Caleta (Isaac Albéniz), Serenata española (Joaquín Malats), Danza española 5 (Enrique Granados) y Capricho árabe (Francisco Tárrega). Antes de la interpretación, el guitarrista explicaba las obras mientras afinaba su instrumento. En la ejecución parecía que una energía corría entre el público y el artista. Quizá decir eso es poco fáctico, poco periodístico, pero esta tensión se hace evidente en cada interpretación: se siente la entrega del artista, así como el control total del momento; late la emoción en el público, pero también hay contención. El aplauso es finalmente el momento de liberación del público, que responde con una ovación agradecida, y también del artista, que durante su venia parece despojarse de energías sobrantes para recibir otras nuevas.

Le siguió un repertorio latinoamericano: Danza del altiplano (Leo Brouwer, Cuba), y Cielo abierto (Quique Sinesi, Argentina). El aplauso antes del intermedio fue contundente.

Con música boliviana comenzó la segunda entrega: Despedida de los Chunchos (un arreglo de Fernando Arduz de la obra de Gilberto Rojas) y Nevando está (de Adrián Patiño, en un arreglo de Vaca; ambos con fuertes latidos de identidad. La emotividad caló profundo con Alfonsina y el mar (de Ariel Ramírez y Félix Luna, Argentina, en un arreglo de Fernando Arduz) y El ángel de la lluvia (Cergio Prudencio, Bolivia), tema que da nombre al concierto y que fue el punto alto de la noche: A esas alturas el público ya dejaba la contención. Vaca cerró la noche con la magistral Variaciones sobre la Gran Jota Aragonesa (Tárrega, España), seguida de una ovación de pie para el artista que —luego de esa demostración de virtuosismo, matices y precisión— optó por tomar una canción del cancionero popular y presentó un arreglo suyo de Munasquechay, de Los Kjarkas.

Brillaron las luces de Diego Ayala y el montaje de Luis Fernando Bustillo, acompañados por el sonido de Ramiro Tarifa. Se trató de una producción de Constructora Pentágono y Fundación Smart Life.

Piraí Vaca no domina cada detalle de su interpretación, sugiere complicidades con el público y juega con él a través de pausas, sonrisas y miradas. Cada interpretación muestra al artista que no solo ejecuta, sino que juega, crea y recrea. El ritual duró hora y media, según el reloj, pero para los asistentes fue solo un momento, uno único, intenso e irrepetible, de esos que no se olvidan.

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